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"Noche de invierno en Dalilí: Un encuentro de hogar, triunfo y sabores que convierten la cena en un poema vivo"

  • Foto del escritor: Ángel Galeote
    Ángel Galeote
  • hace 7 días
  • 3 Min. de lectura

¿Quién osa murmurar que el invierno carece de encanto?


En el regazo de una isla eterna, noviembre se desvela como un lienzo de sorpresas, donde las calles — del Paseo Mallorca a la Lonja, rozando la Plaza de la Reina — tejen hechizos que atrapan el alma al primer suspiro.


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Tantos años abrazados a su esencia, y aún así, me sorprende su abrazo, como esa noche en que, del brazo de mi hija, celebrábamos su triunfo: la carrera culminada, el retorno al nido, al hogar que late en el pecho.


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Esa velada ya era un verso perfecto, un instante de dicha pura que nada podría eclipsar: padre e hija reunidos, el mundo en pausa para saborear el orgullo y el amor.


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Pero el destino, caprichoso poeta, nos guio a un restaurante donde el tiempo se suspendió en un ballet de detalles exquisitos.


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La mesa nos susurraba bienvenidas en italiano —“Benvenuti a casa della mamma”— y francés —“Bienvenue à la cuisine française”—, envolviéndonos en un manto de cariño familiar, de esa cultura del buen hacer que trasciende fronteras y despierta los sentidos bajo las luces invernales que salpicaban el camino.


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Nada podría mejorarlo, y sin embargo, el restaurante lo hizo sublime: nos meció en su esencia, elevando la noche a un sueño donde cada gesto era poesía.


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Al desplegar la carta, un coro de maravillas brotó de labios infantiles;


—“¡Guau, me encanta!”, “¡Esto es increíble!”, “Papá, devoraría el universo entero”—,


y por primera vez en más de mil cenas compartidas, vi su rostro iluminado por una ilusión radiante, conquistado por quien urdió tal prodigio gastronómico.


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En el corazón de la coctelería, un joven maestro destilaba promesas con gracia innata.



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Pedimos un Margarita que nos cautivó, y al sugerirle cuál era su mejor creación, nos deleitó con un Revolución, elixir de sueños que coronó la sinfonía.


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Así, en esa isla de inviernos radiantes, el restaurante no solo nutrió cuerpos, sino que hilvanó recuerdos imperecederos en el lienzo del corazón.


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La noche avanzaba envuelta en una atmósfera perfecta:


El apetito despierto, los cócteles chispeando con un guiño a la velada, y una carta repleta de tentaciones que hacía casi imposible elegir.


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Si hay una pasión en nuestra casa, son sin duda los mejillones al vapor, un plato que aparenta sencillez pero revela su maestría en cada bocado, ya sea cocinado en vino blanco o al estilo marinera. No pudimos resistirnos a probar sus mejillones al vino blanco, cuyo delicado aroma y sabor equilibrado evocan la frescura del mar en cada mordisco.


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Para acompañar, la burrata se presentó con un pesto de rúcula vibrante y tomates cherry jugosos, una combinación que despierta el paladar con texturas cremosas y un frescor herbáceo que enamora al instante.


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Otro deleite fue el tataki de atún, servido con una crema de pistacho untuosa y suave, en una presentación que combinaba el arte culinario con una explosión de sabores inigualables.


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El ravioli de salmón fresco coronado con caviar rojo, recomendado por el chef, fue sin duda un plato espectacular, donde la unión del salmón jugoso y el toque salino del caviar creaban un equilibrio sublime en cada bocado.


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Además, el tartar de ternera cruda con patatas gratinadas ofreció una textura tierna y cremosa, que equilibraba la riqueza de la carne con la calidez del gratinado.


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El momento dulce fue un viaje directo a la auténtica pastelería napolitana y siciliana. Nos transportamos a una callecita italiana, iluminada suavemente, donde los postres más exquisitos se presentan como pequeñas joyas gastronómicas.


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El tiramisú, en su versión exprés y clásico, con savoiardi bañados en café, crema de mascarpone y una lluvia sutil de cacao, era casi imposible de superar.


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Pero el verdadero espectáculo fue el cannolo siciliano: un bizcocho crujiente que abrazaba una crema dulce de ricota, adornado con pepitas de chocolate y granos de pistacho, una receta tradicional italiana que, por su complejidad, es un regalo excepcional en la carta.


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Fue un instante de silencio, degustación y placer absoluto.



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Queremos expresar nuestra profunda gratitud a Silvia por regalarnos una de las noches más memorables de nuestras vidas.


Su dedicación hizo que la experiencia de cenar en Dalílí fuera un placer sublime, una velada que todo recepcionista de hotel querría recomendar sin reservas. Salir de allí es regresar a casa, al hotel, al barco, a la vida, con una sonrisa que difícilmente se borra.


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Gracias a todo el equipo de Dalílí por hacernos viajar a un rincón mágico de Italia, salpicado de toques franceses, donde la cocina y la tradición se funden en una sola palabra: Dalílí.




"No dudes en reservar esta experiencia que, sin duda, será una velada mágica.


Todo lo bueno llegará a ti y sorprenderás a quien te acompañe…"



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